Nunca hay que dar algo por perdido, hay que luchar hasta el final incluso cuando menos probable nos parezca que alcancemos la meta, hay que trabajar por alcanzarla sin desanimarnos.
Escuché un cuento que me motivó bastante y que en seguida lo escribo aquí para que reflexionemos al respecto:
Dos ranitas saltaban alegremente rumbo al río cuando de pronto cayeron sin darse cuenta en un balde que tenía unos 15 cm. de mantequilla. Ambas luchaban por no sumergirse y morir ahogadas en el balde. Pataleaban con sus ancas lo más vigorosas que podían pero no lograban encontrar punto de apoyo para dar el salto.
Entonces una de ellas empezó a despedirse de su compañera: Ha sido agradable conocerte y aunque corto, mi paso por el mundo ha sido feliz. Qué lástima que no pueda despedirme de mis padres y hermanos. Nos veremos en el cielo.
Y entonces, totalmente resignada, se dejó morir estoicamente.
Mientras tanto, la otra ranita no dejó de batir sus ancas tratando de encontrar un punto de apoyo, vio con mucha pena como su amiga se sumergía pero a pesar de la profunda tristeza que la embargó, no dejó de esforzarse y de tener fe en que podría salir del balde.
Tanta fue su insistencia, que de pronto, de estar batiendo y batiendo, consiguió que la mantequilla tomara consistencia y volviéndose cada vez más cremosa, de pronto le dio a la ranita un punto de apoyo para poder saltar y salir del balde rumbo a su hogar.
No hay que darnos nunca por vencidos. Claro que no. Aunque duela, aunque agote, aunque parezca que nunca lo lograremos: Tenemos que
perseverar. Si luchamos hasta el final, es muy probable que alcancemos nuestra
felicidad, con un poco de ayuda e incluso sin ella.
¡Adelante entonces pues, vayamos a conseguir nuestras metas hoy como todos los días!